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Especies de espacios


Es el público, paradójicamente, el espacio por definición inhabitable, y el privado, donde un techo nos protege, donde los muros impiden que seamos vistos, donde podemos recrear -crear- nuestros simulacros de vegetación o existencia






La intimidad tiene una estrecha relación con la ruina.
Vivienda, intimidad y calidad. José Luis Pardo. Arquitectos 176

Entendemos lo público como el lugar donde nos es posible expresarnos. Frente a las connotaciones negativas de lo privado -la casa, el objeto construido en el que nos aislamos- sería en el espacio público donde podemos mostrarnos -darnos- a los demás. Es, sin embargo, condición de lo público ser un espacio de mediación. El decoro nos exige presentarnos ante los demás con unas formas que puedan aceptar. Así pueden existir normas de conducta que penan cualquier muestra de intimidad en público: desnudarse, nutrirse, defecar, vender el propio cuerpo, generar ciertos niveles de ruido, todo aquello que exhibe nuestra condición animal. Restricciones sin sentido no obstante allí donde estamos protegidos por llave, donde no somos acechados, en privado. Incluso las autoridades aparentemente más permisivas, aquellas autoproclamadas progresistas, sancionan la validez de esas normas.
Sólo quien carece de posesiones, tangibles o imaginarias, quien se ve obligado a vivir en lo público, los mendigos, los desheredados, los locos en cierta medida, sabe de la condena que supone tener que exponer su intimidad, de la imposibilidad de habitar lo público. No poder ocultar sus actos menos agradables, sus debilidades, a los ojos de los demás. La mentira que supone entender lo público como el lugar donde nos expresamos, donde mostrarnos. Lo que explica por qué muchos de ellos prefieren incluso esa vida expuesta de la calle, allí donde aún es posible aspirar a encontrar un espacio abandonado, desocupado, inservible, sin acceso a los demás, guarecido en definitiva, a los más amables albergues, los edificios públicos de acogida, donde aun a los ojos de quienes son como ellos, su intimidad continúa desnuda.
Es curioso constatar también que se trata de la misma condena que padece quien actúa en sentido inverso, el trepa, el que siempre necesita estar expuesto, aquel al que un día vemos sentado entre los miembros del jurado de unos importantes premios y al siguiente en la mesa de redacción de la publicación financiada por la institución que dirige uno de sus amigos. Siempre a la sombra que mejor cobija, su necesidad de reconocimiento, de exposición, le impide expresar nada que le sea propio. Su afán de notoriedad le despoja de cualquier posibilidad de intimidad. Es el público, paradójicamente, el espacio por definición inhabitable, y el privado, donde un techo nos protege, donde los muros impiden que seamos vistos, donde podemos recrear -crear- nuestros simulacros de vegetación o existencia, tras los ventanales de nuestros salones o en el exterior de nuestros jardines descansando en cómodas tumbonas.


En el espacio público nadie está en su casa, porque el espacio público no es (al menos no debe ser) una casa para nadie. Por eso es muy mal síntoma cuando, al caer la noche en algunas ciudades contemporáneas, los espacios públicos empiezan a llenarse de gentes sin casa que deambulan por ellos, sin propósito ni destino, que parecen esperar a algo a a alguien, pero que en realidad han perdido toda esperanza, gentes que simplemente, trágicamente, “viven allí”. Cuando el buen burgués exterioriza su reprobación ante esa evidencia señalando que de este modo se “ensucia” el espacio público, expresa sin embargo -sin duda de forma despiadada- esa condición estructural del espacio público que acabamos de recordar (que no debe ser la casa de nadie).
Vivienda, intimidad y calidad. José Luis Pardo. Arquitectos 176.





Quizás se deba a ese equívoco, que lo público sea el espacio donde nos es posible expresarnos, a su propia estructura visible, la de lo público, mientras que es condición de la intimidad permanecer invisible, sólo mostrarse cuando ha desaparecido, cuando es posible acceder de forma furtiva, alevosa, penada, a un espacio habitado ajeno, como en estas fotos, o cuando un derribo a medio hacer, descubre los muros aún decorados y los muebles aún no del todo arruinados, de lo que en otro momento fue una casa. Por ello hay algo agresivo cuando los muros caen, cuando se impone la transparencia, cuando es sólo un vidrio lo que nos separa de lo que, desde nuestra buena educación, consideramos que debería permanecer oculto, llámese Sra. Farnsworth o Belén Esteban, quien esté detrás del cristal. Quizás haya sido siempre condición de lo moderno, una de sus mayores virtudes probablemente, violentar esa naturaleza bien-pensante de lo visible, cuestionar los límites entre lo público y lo privado, entre la intimidad y lo que se puede exponer, aspirar a un nuevo modo de vida, desprovisto de prejuicios. Hacer de sus obras paradigma de un nuevo modo de habitar.


Lejos de ser algo “interior” o “interno”, la intimidad es tan externa y exterior como la ruina: es el mayor grado de exposición y riesgo al que podemos llegar, el modo más cabal de estar afuera, de salir, no solamente de casa, sino incluso de uno mismo, en una suerte de entrega incondicional, de derrumbe de todas las barreras defensivas que es lo más próximo a lo que podríamos llamar “nuestro lugar” o “el lugar al que pertenecemos” (y que, obviamente, no es lugar alguno, puesto que como ya se ha dicho y es ocioso repetir, los mortales no pertenecemos a ningún sitio).
...Nuestros íntimos son los que conocen nuestra ruina y, pudiendo hacerlo, no se aprovechan de ella. Los que nos aman precisamente por aquello por lo cual nos venimos abajo. En su presencia no podemos dar ni pedir explicaciones. Pero tampoco nos hace falta hacerlo.

Vivienda, intimidad y calidad. José Luis Pardo. Arquitectos 176.






Probablemente reside en esa invisibilidad la cualidad que posibilita la aparición de nuestras emociones, la que nos permite, al saltarnos el paso de la racionalización, acceder a lo que no entendemos. Como en el tránsito del sueño a la consciencia, de la apatía a la euforia, del reposo a la concentración absoluta. Como en el tránsito repentino de la oscuridad a la luz, de la penumbra a la claridad. En el que hay un momento en que lo que vemos se transforma. En que los cuerpos, manchas negras, apenas visibles al principio, recuperan paulatinamente sus detalles, hasta acabar alcanzando una nitidez absoluta. Una nitidez que, sin comprenderla, ya habíamos contemplado. Ese tránsito altera nuestra percepción. Despierta nuestros sentidos. Por contraste, nos hace extrañamente conscientes de lo que nos rodea. Algo en lo que de otro modo no habríamos reparado.
Así ocurre con ciertos espacios. Existe en nosotros una necesidad de alterar los límites de las formas construidas, de llevar el umbral de las viviendas a su extremo, a su absurdo. Trasladar nuestra intimidad justo allí donde no debería estar admitida. Donde habita la luz, la naturaleza, el viento, lo exterior. Una necesidad que no es difícil rastrear en numerosas construcciones, especialmente modernas. Donde el límite entre lo público y lo privado queda desdibujado. Lo podemos ver. Sin movernos de una silla.







Intimacy has a close relationship with downfall. Housing, privacy and quality. 
Jose Luis Pardo. Architectos 176

Public space would be for us the place to express ourselves. Forgotten the privacy mischievous meanings -our home, the built object where we can isolate- would be in public where we can show -give us- ourselves.
It is, however, intrinsic to the public being a space for mediation. Refinement impel us to meet others in manners they can accept. So rules punishing any public unacceptable intimacy behavior can exist, any sort of nudity, nurturing, shitting, selling one's body, generating certain levels of noise, everything that smells to animal condition in fact. Senseless restrictions anyway when we are protected by key, when we are not stalked, in private. Even the most permissive authorities, those self-proclaimed progressist ones, sanction the validity of these rules.
Only those with no goods, corporeal or fictitious, those who must live in public, beggars, dispossessed, fools to some extent, know what kind of conviction is having to expose their own privacy, the impossibility of inhabiting the public. Unable to hide so their most unpleasant behaviors to everyone's eyes , their weaknesses. The lie concerning the understanding of public as the place where we can express ourselves, where we undress. Which explains why so many of them still strive for outward exposed street life, where you can still hope to find an abandoned space, idle, useless, without access to others, sheltered somehow, to hosted public buildings, where even to the eyes of those who are like you, your intimacy's still exposed.
Curious enough, the same conviction intended for those who act in the opposite way, the creeps, those who always need to be exposed, those we see one day sitting among the jurors of a meaningful award, the following one his name in the editorial board of the publication funded by the public institution that leads one of his friends. Always close to power, his need for recognition, for visibility, deprives them from any possibility of expressing nothing on their own. Their desire for notoriety depriving them of any chance of intimacy.
Is so, paradoxically, by definition the public the uninhabitable space, while the private one, there where a roof is protecting us, where walls refuse strangers gaze, is where we can re-create our mock-up wilderness, our existence, behind our room windows, in the outwardness of our own gardens, resting in comfortable chairs. 


In public spaces no one is at home, because public spaces are not (they shouldn't be at least) anyone's home. So it is an awful trace when, at nightfall in contemporary cities, public spaces begin to crowd with homeless people who wander by them, without purpose or destination, humans which seem to be hoping for something or someone, but have actually lost all hope, people who simply, tragically, "are living there." When the good bourgeois shows their disapproval by pointing that this way the public space is “stained”, is expressing somehow -in a rather dispiteous way must be said- the inner condition of public space we have just mentioned (it must never be anyone's home). 
Housing, privacy and quality. Jose Luis Pardo. Arquitectos 176

Perhaps this misunderstanding, the public understood as the space where we can express ourselves, comes from its own visible nature, that of the public, while being hidden is intimacy's substance, only at reach when missed, when you sneak at it as a burglar, when an alien place is gained in an unnoticed, treacherous, punishable way, as in these pictures, or when a not completed demolition discovers us the yet painted walls and the furniture not fully broken of what once was a home. So there is something aggressive when walls fall down, when transparency reigns, when just glass is separating us from what our breed has teach us to prefer hidden, being Mrs. Farnsworth or Paris Hilton who is behind the screen. Perhaps it has been an unavoidable condition of the modern, one of its greatest virtues probably, violating the sanctimonious nature of the visible, questioning the public and private boundaries, between intimacy and what could be exposed, aiming for a new way of life, devoid of prejudice. Transforming their works into a new paradigm of inhabiting. 


Far from being anything "inward" or "internal" intimacy is so outward and external as a ruin is: in fact it embodies the outmost degree of exposure and risk we can achieve, the soundest way of being outside, of leaving not just our home, but even ourselves, a sort of unconditional surrendering, of tearing apart every single defensive barrier we have, which is the closest way we have to reach what we might call "our place" or "the place where we belong" (understanding this is no place at all, as it has being said before and is idle to repeat, humans belong to nowhere).
... Our intimate are those who meet our ruin, and having the opportunity, refuse to exploit it. Those who are in love with us exactly because of our downfalls. In front of them we are not able to give or ask for explanations. But we do not need to.
Housing, privacy and quality. Jose Luis Pardo. Architectos 176

Probably it lies in its own invisibility the property that allows our emotions to blossom, which let us, as we skip the step of rationalization, getting in touch with what we don't understand. As in the pace from sleep to consciousness, from apathy to elation, from rest to complete concentration. As in the sudden transition from darkness to light, from gloom to clarity. Where, in a moment, what we see is changed. The bodies, blurred specks, barely apprehensible at first, slowly recovering every detail, until they reach a complete definition. Something that, without understanding, we had already gazed. This transition alters our perception. Awaking our senses. Making us, by contrast, unusually aware of what surrounds us. Otherwise it would have remained hidden to us.
So it happens in certain spaces. We seem to have a need impelling us to alter the boundaries of what we build, exploring our homes thresholds to their limits, even to the borders of irrationality. Transferring our privacy right there where it should not be admitted. Where all, light, nature, outside wind inhabit. A need that is not hard to trace in many buildings, especially in modern ones. Where public and private boundaries are blurred. We can notice it. Without leaving a chair.