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a f a s i a


En un momento determinado buscamos una palabra que pertenece a nuestra memoria, que habíamos escuchado numerosas veces y que hace ya tanto que no oímos pronunciar


Definición de la R.A.E.:
negrillo. 
(Del dim. de negro). 


1. m. olmo. 

2. m. Mur. Tizón de los cereales. 

3. m. Am. Mena de plata cuprífera cuyo color es muy oscuro. 


Hasta llegamos a sospechar que simplemente se trataba de un invento de quienes un día nos rodearon. Que era otro de esos términos copiados de diferentes lenguas, deformados, alejados de los usos correctos, barbarismos –tantas palabras sin base académica o mal transcritas o a mal pronunciadas, frecuentes en su bocas…- propios de quienes carecían de educación -esa que nosotros sí, ya tuvimos-.
Y es justo cuando acudimos a la norma y nos damos cuenta de que efectivamente, de que en realidad el término existe -como si estuviésemos dándole vueltas a una imagen ficticia, fantaseada y de repente comprendiésemos que es auténtica,- que sentimos esa rara satisfacción de advertir que por una vez son ellos los tienes razón, que en este caso nos superan en conocimiento, que sí, que algo de nuestro pasado no está exento de rigor, puede permanecer firme, fijado en el papel.


Se conservan los pinos, incluso los que se encuentran dentro del recinto del edificio. Los árboles atraviesan la vivienda rodeados por juntas adaptadas a su movimiento que permiten su crecimiento y la preservación futura de su buen estado actual.

Lacaton & Vassal. Vivienda Cap ferret 


El proyecto busca un equilibrio entre la intimidad de las composiciones de Arvo Pärt y la belleza natural del paisaje de Estonia. La decisión radical de mantener todos los pinos del solar genera un diálogo entre la estructura continua del techo y la distraída disposición de los patios, una interpretación personal del vacío y el silencio como protagonistas ocultos de ambas, música y arquitectura.

Nieto Sobejano Arquitectos. centro Arvo Pärt


Así, la palabra negrillo. Alguien pronunció en alguna ocasión, o en varias o en muchas, que había que cortar un negrillo, que sus raíces estaban agrietando una pared y convenía deshacerse del árbol para preservarla.
No es que yo hubiese observado la escena, aun teniéndola cerca, siempre he procurado mantenerme alejado de la naturaleza. No es que yo estuviese presente en la conversación, aun teniéndolas cerca siempre he procurado mantenerme alejado de las personas.
Seguramente es una frase que escuché a un conocido, que aunque como yo, ya no se ganaba la vida con la fuerza bruta de sus manos -una ocupación que en mi familia seguramente se pierde dos o tres generaciones antes - sí mantenía el trato con quienes aún lo hacían, con quienes se enfrentaban diariamente a las labores del campo.
Y se produce una satisfacción inesperada al escuchar la palabra negrillo, al comprender que su uso es correcto, porque pone de manifiesto por un lado lo que parece la desaparición de un conocimiento –los árboles tienen nombres, los árboles derriban muros- y por otro la existencia de dos puntos de vista opuestos, el de los que conocen –conocían- la naturaleza y sospechaban por tanto de ella, y el de los que la desconocen y poseen en consecuencia otra mirada idílica, poética.
Una satisfacción paralela a la de saber que formaste parte de ese mundo y decidiste dejarlo atrás, lo que era tu potestad para insertarte en otro en el que no habías nacido pero te pareció más acorde con tus necesidades. Ante el hecho de que la voluntad fue capaz de vencer a los usos. Y lo expreso de ese modo aunque sé que no es del todo cierto, que nuestros deseos no son del todo nuestros, que ya nos los inculcaron quienes tenían contacto directo, directo de su propia mano, con las fuerzas desatadas de la naturaleza y sabían de su esclavitud, de su dureza, de su exigencia y desearon para los que les seguían –consecuencia de los problemas que le producía, de los obstáculos ante los que les situaba y debían superar- un mundo no tan severo como aquel.
Una satisfacción porque descubre un conocimiento que se ha perdido, un modo de vida desaparecido. Un placer en comprender que esas cosas estuvieron ahí, que formaban parte de nosotros y estamos satisfechos de que así fuese, pero que supimos dejarlas atrás, ocultarlas, enterrarlas, quien sabe si para siempre, para que quizás desaparezcan, porque ya no le sirvan, no le sean de necesidad a nadie, en lugar de mantenerlas presentes, inexpresivas, sin importancia ya para todos los que se acerquen, en un museo de reliquias anacrónicas –reclamamos así, en cierto modo, nuestra preeminencia sobre ellas, la exclusividad para revivirlas de aquellos para los que un día significaron algo, de aquellos que son capaces de entender la importancia que un día tuvieron; no en un museo sino en su memoria-. Quizás llegue el día en que nadie sepa lo que significa la palabra negrillo. En que deba ser retirada de los diccionarios. Y yo prefiero pensar que podemos darnos por satisfechos porque tuvo una vida plena y simplemente, quizás, esta ha llegado a su fin.



…diferentes medidas han sido tomadas: desde elevar el edificio a mantener la permeabilidad y el régimen de vaguadas del terreno (en hasta un 80% de la superficie del solar) a la disposición de los volúmenes de forma que se conserven todos los árboles y, en consecuencia, la continuidad de las condiciones mecánicas del sustrato y el hábitat de los pinos, pasando por la concentración en recintos de hormigón de todos los servicios susceptibles de provocar derrames en esos sustratos.
Andrés Jaque. Vivienda en Never Never Land

El perfil de la Tree House varía en la proximidad de los árboles, comprimiéndose junto al zumaque central y abriéndose de nuevo para acomodar un baño y una habitación generosos bajo el eucalipto.
6a architects. Tree House

Si antes la gente estaba familiarizada con ellos y a nadie parecía importarle deshacerse de un árbol, nadie se planteaba la necesidad de que conviviesen con una construcción, ahora parece ser un vicio recurrente lo opuesto. Hay abundancia de edificios que se dejan influenciar. Que buscan su proximidad. Con la firme voluntad de respetarlos. De no alterarlos.
No es extraño en una época en que las convicciones estrictas han decrecido, en que los conceptos híbridos dominan, en que se replantea la relación entre lo natural y lo artificial, entre lo que es compatible y lo que no, entre lo irreconciliable y lo conciliable. Lo activo con lo pasivo. Lo que existía con lo que aparece. Y no es extraño, porque hoy nuestra mirada puede ser menos parcial, más libre de prejuicios. Porque hoy, donde antes nos mandaban callar, podemos hablar.
Sin embargo a mí lo que me interesa es volver a esa idea de un negrillo que amenaza a un muro y debe ser sacrificado. Me interesa porque, como decía, pone de manifiesto un conocimiento que existía y, salvo en campos muy especializados, seguramente, ha desaparecido.
Desconozco, porque nunca me ha interesado saberlo, porque no es una de las materias que atraen mi interés, si la proximidad de los árboles es efectivamente perjudicial para las construcciones. No es difícil imaginar de todos modos que no es igual el efecto de las raíces de uno cuando se encuentra pegado a una pared que cuando simplemente está cerca, cuando la pared posee sólidos cimientos que cuando es autoconstruida, cuando el edificio tiene contacto con el suelo que cuando vuela. No es difícil imaginar que las raíces de unos árboles deben ser perjudiciales y otros no. Y no debe pasársenos por alto que quizás el ejemplo más evidente de contacto entre un elemento natural y otro artificial de hecho se da en la posición probablemente más habitual hoy en día de un árbol: incrustado en una acera –al parecer las raíces de los plataneros tienen una gran capacidad para destruirlas-.
De las citas que acompañan este escrito se deduce que esa naturaleza conflictiva no está en la esencia de sus reflexiones, aunque sí es posible leer cómo la resolución de inconvenientes fruto de ese contacto, tanto para los árboles como para las construcciones, es una de las principales preocupaciones de los autores.
En todo caso esa circunstancia nos ilumina sobre la evidencia de que, nosotros, como arquitectos, estamos abocados no sólo a conocimientos de los que carecemos sino, incluso, a conocimientos que ya existieron y se han perdido. Que todo aquello que aprendemos no necesita ser almacenado en una biblioteca de Babel infinita, para desterrar el error de nuestras existencias, cuyos estantes finalmente por su dimensión no podamos abarcar. Estos pueden desaparecer para, cuando vuelvan a ser necesarios, ser readquiridos por el simple método del ensayo y el error.
Todo este tipo de proyectos, buscando la proximidad entre elementos dispares, que nuestra conciencia ingenua aspira a imaginar compatibles y que, aquellos que poseen más experiencia consideren quizás más problemática, nos demuestra probablemente una cosa bien distinta. Que el conocimiento no es nuestra principal herramienta. Que internarnos en terrenos recónditos, que creemos inexplorados, es nuestro destino. Incluso si nuestra curiosidad, nuestras inquietudes, nos conducen a embarrancar en senderos intransitables.
A nadie se le debe perdonar que un árbol derribe un muro pero tampoco que para evitar un problema no nos planteemos si esa coexistencia es posible.
Empujados por la presión de la eficiencia –de todos aquellos de los que nos podemos divertir afirmando que no saben nada de arquitectura, los responsables institucionales, los poderes económico-comerciales, normativos, aquellos que sólo son capaces de cobrar por decirnos lo que debemos hacer, que pretenden convencernos siempre de que la especialización, la compartimentación de saberes, la destreza técnica es nuestro único camino, que sólo parecen tener una aspiración, no cometer errores, aunque sea a costa de la inacción absoluta- tendemos a pensar que el conocimiento es la base de nuestra actividad.
Pensamos que la competencia es necesaria. Pero seguramente nuestra tarea es más imaginar que conocer. Los conflictos vendrán después. Debemos resolver los problemas, es nuestra tarea, nos pagan por ello –al fin y al cabo si su presencia es perjudicial para el edificio, siempre podemos acabar cortando el árbol, podar la poesía-. Pero son nuestra actividad, el camino que trazamos al avanzar, la curiosidad, precisamente quienes nos descubren los problemas, nos dan la oportunidad de adquirir un conocimiento, los que nos acaban mostrando lo que es posible y no es posible hacer. Y no al revés, limitarnos a no actuar por no disponer del infinito conocimiento del mundo. Sólo los especialistas, los que saben siempre perfectamente lo que deben hacer, son capaces de construir aquello que no tiene ningún sentido, ningún valor, ningún interés.




El pabellón suele ser un edificio aislado pero en esta ocasión sentimos que debíamos mantener la relación con los árboles… Eso nos sugirió una configuración en curva para completar la elipse. Y como los árboles se encontraban en una posición que nos impedía realizar un rectángulo optamos por construir cuatro caras curvadas. Las curvas no son simétricas por culpa de los árboles… La arquitectura a veces se construye mediante estos accidentes y dificultades. Es lo que al final da carácter a los edificios.
Siza - Souta De Moura. Serpentine Pavilion.



Como arranque de nuestro proceso de trabajo hemos reconocido las agrupaciones de árboles que funcionan en conjunto dentro del bosque y, claro, lo que queda fuera de ellas nos permitimos llamarlo el anti-bosque o vacío susceptible de ser construido sin tener que eliminar árboles… Aparece así una geometría no cartesiana con un volumen facetado que se adapta a las condiciones topográficas y a las demandas urbanísticas y al mismo tiempo nos incita a resolver el programa de vivienda en un espacio excitante.

NO.MAD. Casa Levene.